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Me gusta hacer de indio con arco y flechas, inventadas con ramas de ligustro recién podado. Escapo de la persecución de los cow boys y sus temibles pistolas; entre los arbustos del parque y termino corriendo alrededor de un viejo ciprés.
El cow boy, es Ricardo, amigo de la infancia. Alguna vez me contó que cuando tiene pesadillas, se pellizca dormido y al despertar, se le terminan.
Esta mañana nos levantamos con la pesadilla de que el general Cualquieri , invadió las Islas Malvones, que nos pertenecen, según leyes internacionales y fueron tomadas por piratas de un país lejano, hace dos o tres siglos.
En la plaza central de la cuidad, se amontonan de a cientos, de a miles, vivando el acontecimiento patriótico.
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A mi me produce náuseas. Concreto montones de des-pensamientos... ¡No! no puede ser. No podemos meternos en una guerra- Me repito una y otra vez. …
Desde lo más antiguo de la humanidad, hay guerras. Con los mismos resultados: Pestes, ruinas, dolor y cadáveres... cadáveres... cadáveres. Pierden los dos bandos, en cualquier guerra.
Pienso- La especie humana es una, en todo el mundo, ¿Cómo podemos aniquilarnos entre sí? ¿Cómo no aprender a convivir racionalmente? No me cabe en la cabeza, que un ser humano sea enemigo de otro.
De pronto, mi padre me advierte en un tono dramático:-Estate atento, porque en cualquier momento te llaman como reservista. ….-¿Aunque haya terminado la colimba hace dos años?
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...entre los espacios verdes, busco los arbustos y del ciprés, para no ser alcanzado por el cow boy. Se me cae el arco y la flecha. Y cuando me voy a agachar, veo el arma que me apunta al centro del pecho. Está tan cerca que no lo puedo creer. Pienso en pellizcarme, como lo hace Ricardo.
Mi madre, festeja la destreza de los pilotos argentinos, que hunden buques enemigos, según los informes de la radio.
Entre arbustos y rocas cubiertas de musgo. Impregnado del olor a las algas. Con el agua que me congela los tobillos. Sin el equipamiento adecuado.
¿Quién pude pensar en ganar una guerra, ante un invasor poderoso? Ni siquiera se pude pensar...
Veo el fogonazo del agujero del cañón, antes de oír el ruido... Como una película en... cámara... lenta... igual... al... len... to... tiem... po ... de... los sueños…. |
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Apoyo la espalda contra el ciprés, en busca de protección, como si me alejara de la escena... y Ricardo me recuerda que se pellizca... Oigo la detonación. Pienso en pellizcarme junto a un Pucará, que evade los radares enemigos y derriba a un Sea Harrier…
Un buque nuestro, es hundido fuera de la “zona de teatro de combate” Hay desaprobaciones diplomáticas. Y se suman las protestas callejeras. Como si en la guerra, existiera una ética coreográfica.
El fogonazo y el ruido, ya son simultáneos. El arma, está a treinta centímetros de mi pecho. Ni siquiera atino a refugiarme detrás del ciprés. No me duele. Ni me acuerdo de Ricardo. Ni comprendo qué pasa.
No sé si vivo. No sé si la muerte duele. No sé si un muerto piensa. No entiendo si alguna vez podré comprender. Lo único certero, es el disparo que me da en el pecho. |
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El gobernador improvisado de las islas, se rinde ante el poderío extranjero. Termina la mayor pesadilla. Al menos, no morirán más soldados.
Miro mi pecho... no hay sangre. La asfixia supera el dolor. Me cuesta respirar Veo todo borroso, como que la niebla me saliera de los ojos. Ricardo afirma su amistad -Me pellizco y al despertar olvido la pesadilla-
Si estoy soñando... Para qué despertar? Debo recuperar el arco y la flecha, que cayeron entre los arbustos, pero... no puedo correr... no me puedo parar... Inmóvil... busco en vano, el viejo ciprés.
El viejo Ciprés de
Hector Hugo Donvito
hugodonvito@yahoo.com.ar
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