En mi juventud solía ir a pescar en el verano con mi hermano mayor a la localidad de Hudson, Provincia de Bs. As. Si bien la pesca no me quitaba el sueño, si me fascinaba la oportunidad de hacer nudismo en un lugar como pocos he visto

Esta localidad hoy es conocida por la Estación de peaje de la Autopista Bs. -La Plata, (a unos 25 minutos desde capital) .En el pasado era un pueblo desconocido para el común habitante de Bs.

Por aquellos años yendo desde la zona sur donde yo vivía, se llegaba abordando el tren Roca en la estación Avellaneda. Si se iba por auto había que internarse por Quilmes y Berazategui y soportar un viaje tedioso por calles en mal estado.

Poco antes que la ruta cruzara las vías que desembocaban en la estación, se podían ver sobre un costado los edificios de la vieja maltería que en el pasado abastecía del insumo a la cervecería Quilmes.Daba pena ver esas gigantescas edificaciones abandonadas.

Bordeando la plaza había añosos eucaliptos y paraísos que servían de parada a las infaltables chicharras. Siguiendo la calle principal hasta el fondo se tropezaba con una calle que conducía hasta un puente sobre nivel. Hoy existe uno nuevo que cruza la  autopista.

En el otro lado del puente nacía un estrecho camino cubierto de pastos y plagado de pozos (hoy un ancho camino de tierra) que se volvía intransitable apenas caían unas pocas gotas de lluvia. Siete Km. más adelante, unos 1000 mts antes del río, nacía hacia la derecha un sendero apenas visible entre los árboles. Frecuentado por algunos pescadores lugareños, este acceso era un secreto celosamente guardado por los pocos que teníamos la fortuna de conocerlo.

No bien nos adentrábamos en el alejándonos unos cien metros del camino, yo me despojaba de toda mi ropa. Cargando una generosa provisión de repelente y protector solar, no volvería a vestirme hasta el momento de cruzar nuevamente por ese lugar después de  2 o 3 días.

El sendero se adentraba serpenteando la selva virgen varios kilómetros y el follaje se tornaba tan cerrado en algunos tramos que demandaba bastante esfuerzo enhebrar el cuerpo a través de él. De ambos lados de la vegetación del fondo se oían toda clase de chillidos altisonantes que hacían sentir cierta inquietud en el estómago.

Mientras marchábamos por esa selva, revivían en mi memoria los cuentos de Horacio Quiroga que nuestra celadora de primer año nos leía en las horas libres. (¡Como se extraña aquella escuela publica...!).El recuerdo de aquellos relatos inquietantes y el juego de luces y sombras entre las hojas me sugestionaban a tal punto que confundía palos o ramas con serpientes en cada recodo del camino. Finalmente aliviados, llegábamos hasta un arroyo  (hoy se que llama Baldovino) al que luego seguíamos hasta su desembocaba más adelante en el río. Era maravilloso acampar en un claro junto a la rivera inhóspita.

Hacia los costados, el arroyo se ramificaba en canales laterales acariciados por las ramas de los sauces.

El amanecer era una experiencia indescriptible. El "sonido de la selva" en todo su esplendor. Una increíble concierto de toda clase de animales, aves, cuises, ranas, etc.

Al mediodía, cuando el calor agobiaba, la selva se quedaba muda. Se podía entonces oír  murmurar el agua mientras fluía mansamente por los canales desde el río tierra adentro, para luego, horas mas tarde, hacer el camino inverso. ¿Que animales estará trayendo el río?  Era la pregunta que alimentaba nuestra fantasía a la vera del arroyo...

Años después, volvería varias veces a mi "pequeño paraíso ".Más calmado y sin aquel delirio juvenil iba de campamento con alguna compañera. Pase días maravillosos jugando a Adán y Eva en aquellos lugares.

El verano pasado, después de más de 30 años desde mi última visita, me sobrevino la nostalgia y decidí llevar a mi familia a conocer el lugar.

Sentía una emoción especial por volver a él, pero a la vez, tenía un mal presentimiento. Dude incluso si me convenía ir .Sabía que 30 años eran demasiados años para preservar cualquier secreto. Y estaba en lo cierto, aunque nunca imagine lo que me encontraría...

Mi sendero oculto se ha convertido en un camino abierto que sirve para el saqueo del bosque autóctono, parte de una supuesta y protegida reserva natural, a 25 minutos de la capital federal por autopista...

Transitando por caminos o picadas abiertos clandestinamente, se pueden ver los  troncos de añosos árboles cuidadosamente seleccionados entre la espesura, truncados y mutilados por el corte desprolijo del hacha. "Desaparecidos", como por arte de magia. Áreas enteras, una vez arrasadas y quemadas, son utilizadas como potreros para algunos pocos animales. Así, lo que era un paisaje verde y lleno de vida, se volvió un campo yermo y desolado.

Sobre uno de aquellos canales que apenas pude reconocer como el lugar donde pescábamos anguilas de un tamaño tal que daba miedo sacar del agua, hoy se levantan casillas precarias montadas sobre plataformas de madera y erigidas en el medio mismo de su cauce. De esta forma riegan directamente su inmundicia al río.

Ese perfume de flores dulces, tan característico de esta selva, cedió al hedor pestilente de peces muertos y basura humana pudriéndose al sol.

Y fue seguramente por estar todo aquello tan ligado a mi juventud que ese día sentí un mazazo.  

Días atrás, navegando la Web, encontré el siguiente párrafo que me hizo recordar aquel regreso y me animó a contarles la historia:

 "...Durante los recientes años hemos oído hablar mucho acerca de los grandes y rápidos cambios que siguen ahora en las plantas y animales de todas las regiones templadas del globo colonizadas... ...A uno que encuentra encanto en las cosas cuando existen en las provincias vírgenes de los dominios de la Naturaleza... ...le es permisible lamentar el aspecto alterado de la superficie de la Tierra, junto con la desaparición de un sinfín de formas nobles y bellas, tanto del reino animal como del vegetal. Porque no puede recobrar en su corazón el amor a las formas por las cuales serán reemplazadas; éstas son cultivadas y domésticas, y sólo son útiles al hombre a costa de esa gracia y espíritu que la libertad y lo indómito dan... “

Fue escrito en el año 1892...Su autor, un naturalista y escritor nacido en Quilmes. Se llamaba Guillermo Enrique Hudson (4 de agosto de 1841- 18 de agosto de 1922).Y tanto se podría agregar...y tan inútil como siempre seria.

Autor: Guillermo Anibal Peluso
gui_bal1@yahoo.com.ar