…La vida cotidiana parece a menudo una guerra de trincheras. La calle, los espacios laborales, los lugares públicos, las relaciones sociales y a menudo también las íntimas, …semejan escenarios de permanentes

El armamento más común incluye la descalificación, la impaciencia, el prejuicio, el juzgamiento rápido y sin pruebas, la indiferencia, la manipulación, el ventajismo, el desprecio hacia las necesidades o prioridades ajenas. Todo esto puede sintetizarse, finalmente, en una sola palabra: intolerancia. “Tolerancia ” define la Real Academia de la Lengua, es el respeto y la consideración hacia las opiniones y las prácticas de los demás aunque sean diferentes de las nuestras. La “ intolerancia “ su opuesto, suele ser distintiva de aquellos entornos en los cuales el otro es visto como ajeno, como amenazante, como un obstáculo o, en el mejor de los casos, como un simple medio para la obtención de un fin

Según señalaba el gran pensador humanista austríaco Viktor Frankl,…en ese entorno se deterioran las relaciones de sujeto a sujeto …y se instalan, en su reemplazo, los vínculos de sujeto a objeto (en los que el otro sólo es percibido en función de si “me es útil o no me es útil”). Así, cuando alguien no es “útil” (como socio, como amigo,… etc) interfiere, estorba, molesta, distrae, resulta intolerable. Se instala la intolerancia.

¿Cómo se llega a esto? La psicoterapeuta Connie Zweig, especializada en la obra de Carl Jung dice que basta con leer los diarios de cada mañana, ver los noticieros de la televisión, observar el comportamiento de las personas, para llegar a la conclusión de que “el mundo se ha convertido en el escenario de la sombra colectiva”.

 

La sombra, recuerda Zweig, es aquello que, como definió Jung, expulsamos de nuestra conciencia, no aceptamos como parte de nosotros mismos y depositamos en otros. La sombra es la cara opuesta del ego. El ego es nuestra identidad pública y “oficial”, aquello que aspiramos a ser, la imagen que deseamos que los otros tengan de nosotros. ¿Qué hacer, entonces, con nuestros aspectos no deseados? Se los atribuimos sólo a los otros y, cuando los advertimos en ellos, nos volvemos intolerantes hacia esas personas.

De tal forma …la intolerancia tiene un origen interno..

La Empatía, el opuesto de la intolerancia, es la capacidad de una persona para participar y resonar afectivamente en la realidad de otra, para vibrar en una misma longitud de onda emocional. De allí nace la comprensión y deviene la aceptación.

Es imposible empatizar si primero no se registra a la otra persona, si no se la observa con una mirada abierta y receptiva, no mecanizada, no automatizada…. Como cada uno de los pasos y de los ingredientes con que se construyen y sostienen los vínculos humanos sólidos y enraizados, la empatía requiere tiempo y dedicación, presencia activa, no virtual ni formal, no espasmódica ni superficial.

“La empatía se construye sobre la conciencia de uno mismo; cuanto más abiertos estamos a nuestras propias emociones, más hábiles seremos para interpretar los sentimientos –sostiene Goleman–. Quienes no pueden interpretar sus propios sentimientos, se sienten totalmente perdidos cuando se trata de saber lo que siente alguien que está con ellos. Son emocionalmente sordos.”

Desde esta perspectiva, entonces, la intolerancia podría ser definida como una suerte de sordera emocional.

Cuando más se desentienden las personas de sus necesidades profundas y trascendentes, necesidades de orden afectivo y espiritual (no necesariamente religioso) que no pueden tocarse, pesarse, medirse ni valorarse en términos económicos, cuando se diluye la conciencia de que cada vida es parte de un todo, que la incluye y le da significado, se quiebra un sutil equilibrio existencial y el ruido exterior invade todo el ámbito del ser

El ruido exterior es producido por el consumo ansioso y obsesivo (de bienes, de experiencias, incluso de personas), por la sucesión de vivencias inconclusas (no hay tiempo para permanecer hasta el final de los procesos, para conocer a las personas), por la carrera detrás de medios convertidos en fines (como el dinero, el éxito, la figuración social, el poder).

…. Cuanto menos contacto con el espacio interior (psíquico, emocional, espiritual y afectivo), mayor vacío en ese espacio, mayor angustia existencial. Y, para tapar el efecto desolador de esta angustia, se busca aun más bullicio. Insertadas en ese círculo angustioso, las personas se desconocen, no se reconocen como semejantes, sucumbe la empatía, se entroniza la intolerancia.

Es decir, cuando nuestra visión del mundo, nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestro ego son el patrón de medida, todo el que no entra en él descalifica. Y es descalificado. Se trata de un modelo de comportamiento tan riesgoso como extendido, ya que al no existir dos personas iguales, los márgenes de aceptación se reducen al mínimo. …

Quizá, después de todo, no se trate de ser tolerante, sino de aprender a aceptar. La aceptación, a diferencia del plano inclinado de la tolerancia, es una interacción que se da en un nivel de paridad.. Aceptar, en el caso de los vínculos humanos, es tomar al otro sin juzgarlo, acercarse a él como quien se interna en un universo que ofrece infinitos misterios y dimensiones, escucharlo y mirarlo con la intención de percibir en sus palabras y en sus aspectos su singularidad. Aceptar es, también, saber que no se puede cambiar al otro, y que quizá no se debe. Es respetar del mismo modo en que aspiramos a ser respetados, tener en cuenta del mismo modo en el que queremos ser registrados.

En un planeta con más de seis mil millones de habitantes humanos, no existe la obligación para cada uno de tener vínculos con todos los demás. Sería, por otro lado, imposible. Las relaciones interpersonales se establecen a partir de la elección. Elegimos con quién nos vinculamos, y el elegir nos hace responsables de nuestra participación en esa relación. Esto necesita observación, atención, disposición, apertura de mente y de corazón, presencia y tiempo. Los mismos ingredientes forman parte del acto por el cual elegimos no vincularnos con alguien o desvincularnos de esa persona. Y los mismos seis componentes constituyen el más poderoso antídoto contra la intolerancia. …

Para salir de la intolerancia es preciso aprender una tarea que requiere de las herramientas más valiosas de la inteligencia humana: la de usar los zapatos del otro y sentarse en su silla. Desde allí se asiste a una experiencia siempre deslumbrante y enriquecedora. La experiencia del encuentro. Por Sergio Sinay

Fragmentos del artículo “Podemos ser tolerantes?”

Ver articulo completo en http://www.lanacion.com.ar/972201-podemos-ser-tolerantes