El caminante

Por Fernando Gómez-España
En homenaje a Stephen Gough (*)

Un día apareció por aquí…Tenía la mirada perdida, como ausente. Las cicatrices de mil batallas, algunas ganadas y muchas pérdidas se percibían en sus maneras suaves y seguras, en su piel desnuda, en su andar pausado… Escandalizaba su sola presencia.

Se instaló en la casa del cerro y sólo bajaba al pueblo a hacer sus compras, pocas porque cultivaba un pequeño huerto del que se abastecía de lo más necesario.

 Poco a poco, según pasaba el tiempo, pareció hacerse parte del paisaje del valle, aunque nunca formó parte de nosotros. Sus largos silencios, sus respuestas concisas pero amables y nunca cortantes, le hacían parecer extraño y bello, lejano y atrayente.

Nadie intimó con él .Pero acabamos apropiándonos de su imagen, de su sencillez, casi como un símbolo más de nuestro patrimonio, ya que una relación más personal habría sido impensable…Es difícil hacerse amigo del viento o del sonido del arroyo.

Nos acostumbramos a verlo andar por el pueblo en los claros días de invierno, cuando los rayos del engañoso sol invitan a salir para clavarte sus helados rayos, parecía que fuera él quien calentara a sol.

Algunos decían haberlo visto cantar y bailar en lo alto del cerro en tardes de lluvia y viento y explicaban que parecía que su piel creciera y se extendiera por la ladera, absorbiendo por sus poros cada molécula del aire y cada gota de lluvia.

Parecía sentir con sus pies la tierra, las hojas con que el otoño alfombraba el bosque, cada brizna de hierba, cada charco, cada piedra.

Otros decían haberlo visto tirarse en la nieve con que el invierno, cada año ,nos bendecía, rodaba y corría, decían haberlo visto vivo, la nieve parecía brillar para él, se podía notar que sentía en su piel el frío pero que ello lo vivificaba sin dañarlo, era parte de aquello, del frío, de la nieve.

Yo también lo vi. Echado con los ojos cerrados en la torrentera, como una piedra más de su lecho, dejando que el agua lo bañase, lo rodease, lo frotase, dejando que lo fuera desgastando y erosionando para así absorber más sensaciones del entorno, su piel parecía insaciable, cada una de sus terminaciones nerviosas debía estar despierta y abierta al mundo, se tragaba su entorno por los poros.

Un día desapareció. Tal como había llegado se fue…

Ni un aviso, ni una sospecha, ni un indicio. Nos dejó huérfanos. Incluso aquellos que lo criticaban lo echan de menos.

Pero nos había dejado algo, algo que ni sabíamos que existiera. …No lo veíamos y no lo sabíamos, estábamos sordos y no nos dábamos cuenta. Era la piel.

La teníamos, sí, pero casi muerta, aletargada. Con él aprendimos a despertarla, a despertar nuestros sentidos, a sentir un nuevo mundo que nos era ajeno y nos estaba vedado.

Los primeros fueron los niños. A escondidas de los mayores empezaron a bañarse desnudos en el arroyo y fueron incapaces de esconder el tesoro que allí descubrieron.

Sus padres intentaron disuadirlos, pero fue imposible cerrarles el nuevo mundo que habían descubierto. Al ver el brillo que sus ojos traían sus padres los imitaron, al principio a escondidas y más tarde sin tapujos y animando a otros a hacer lo mismo.

Los más reacios fueron los adolescentes, tan conscientes de sí mismos y de la imagen que proyectaban. Hasta que los más osados se atrevieron a correr desnudos ladera abajo como cervatillos desbocados, sintiendo por primera vez su cuerpo como un todo, sin divisiones, los músculos tensos, la piel sudada, conscientes de como la brisa templada de la primavera se arremolinaba en cada pliegue de la piel, haciéndoles sentir algo nunca imaginado y sólo por algunos intuido.

Los demás no tardaron en seguirlos. Ya su mirada es otra. Hoy hasta los viejos descansan desnudos en los bancos del parque, sintiendo la fortaleza que el sol da a sus huesos mientras los niños juegan su alrededor.

Ya no hay risitas avergonzadas sino risas francas. Ya no hay falsos pudores sino franqueza en las miradas. Ya no hay quejas ni lamentos sino la alegría de sentir un mundo nuevo. Sólo algo de tristeza por aquél que ya no está con nosotros y a quien nunca agradecimos sus batallas perdidas ni su guerra ganada.

En homenaje a Steven Gough, “El caminante” (*)
Por Fernando Gómez-España. Enero de 2004

Fuente “Histórico de Lugares Naturistas”

Agradecimiento de Revista Nudelot a Juanjo, su creador, por esta joya de la literatura nudista

(*) NOTA DEL EDITOR:

Stephen Gough conocido popularmente como “El caminante desnudo” (U.K. 1959), es un activista británico y ex marine real. En 2003-04, caminó gran parte de Gran Bretaña desnudo. Lo hizo de nuevo en 2005-06, pero fue detenido en Inglaterra y en Escocia. Desde entonces, ha pasado la mayor parte de los años intermedios de prisión, después de haber sido repetidamente arrestado por desacato al tribunal que le condenaba por practicar la desnudez pública. Esto ocurrió en repetidas oportunidades por lo que pasó más de seis años de prisión.