Primera vez… Praia Do Pinho
Estábamos llegando… A medida que avanzábamos entre la hermosa ruta “interpraias”,
los “morros” (altos cerros redondeados) nos invitaban a conocer sus playas
ocultas tras la espesura de la selva. En el auto la animada charla familiar
se transformó en silencio ante la proximidad de la nueva experiencia y el
imponente paisaje…
Estábamos llegando…Un enorme cartel nos invitaba a conocer la “Praia do
Pinho”, muchas veces mencionada en familia. Tanto que casi había adquirido
un toque de misticismo, el lugar donde podríamos compartir nuestra
filosofía, hasta ese momento acotada a un ambiente familiar.
Cuando decidimos compartir con mi esposa la vida que teníamos por delante,
yo contaba con 20 años y ella 23. Casi casi que nos habíamos criado juntos…
Y en ese devenir de experiencias comenzamos a practicar el nudismo, primero
en casa: ¡La consigna era que si hacía calor… nada de ropa! Luego en
nuestras salidas. Nuestros amigos nos calificaban como “pata de perro”
(andariegos) y cada fin de semana era salir a conocer algún rincón distinto
del campo, algún arroyo o alguna vuelta del mismo que prometiera paz y
suficiente privacidad como para practicar el nudismo.
Llegaron los hijos_ dos varones_ y decidimos seguir con nuestra sana
costumbre del nudismo en familia. Claro, éramos conscientes que los
exponíamos a experiencias que alguno de sus compañeritos de escuela no
entendería, pero igual nos arriesgamos y seguimos.
Provenimos ambos de familias sumamente conservadoras y religiosas, y aunque
somos religiosos y cristianos, no encontramos problemas entre esto y el
nudismo, porque, al fin y al cabo, Dios nos creó desnudos, y la vergüenza y
necesidad de cubrir está relacionado con el pecado y no con la santidad…
Pero esto es harina de otro costal.
Nuestros varones sabían desde pequeños que ir a una playa desierta era el
día de “todo el mundo desnudo” en el río o en el arroyo elegido, pero que no
siempre era posible.
Pasó el tiempo, y hablamos con ellos de nuestra sana filosofía nudista,
ambos entendieron que era algo diferente que los otros, e incluso se sentían
superiores por poder disfrutar de un ambiente en un acercamiento más
natural. Pasaba el tiempo y por razones diversas nunca salía el ansiado
viaje a una playa naturista. Hasta ahora.
Estábamos llegando. Pagamos la entrada, y el hombre de la casilla me
advirtió que la playa era nudista. Le expresé mi consentimiento y avanzamos.
Notaba la mano nerviosa de mi esposa, se había enfriado un poco, y por el
retrovisor veía a mis dos varones: uno disimulando sus nervios con su mejor
“póker face”, y el menor decididamente incómodo con la situación. Ahí paré y
les dije: “si esto no lo podemos disfrutar todos, entonces nos vamos”. La
unánime respuesta de continuar me dio el último coraje que necesitaba y
terminamos de bajar el “morro” e ingresamos al camping.
Llegamos... Nada más ingresar vimos una feliz pareja de gente grande
caminando desnudos hacia su carpa. Nos produjo una primera sensación
extraña, por un lado, falta de costumbre, por otro, algo que siempre había
estado bajo un manto de intimidad familiar, de pronto sería compartido por
desconocidos.
Llegamos. Estacioné bajo un frondoso árbol que prometía fresco a la hora de
la siesta y un lindo lugar para el almuerzo que esperaba en la conservadora.
Abrimos las puertas del auto y a bajar… silletas, sombrilla, bebidas frías,
el mate, el tejo, lo de cualquier playa, pero… para dar el ejemplo me quité
el short.
Mi hijo mayor me imitó y el menor, que siempre tuvo más pudor, nos imitó sin
mucho entusiasmo. Mi esposa me miró. Yo sabía que debajo del vestido había
ido desnuda, y le pregunté con una sonrisa si estaba lista. Se rio
nerviosamente y dejo caer la solera al suelo. Guardamos todo en el auto y
caminamos hacia la playa.
Cuando era pequeño me gustaba jugar con lentes y fabricar mis propios
calidoscopios, el mundo se veía diferente con cada uno de ellos y ahora
teníamos puestos unos lentes distintos (¿o nos habíamos sacado los lentes
del mundo textil?) El pasar por el kiosco y ver a los vendedores vestidos me
causó una pequeña molestia… me reí para mis adentros de cómo cambia
rápidamente uno y bajamos a la playa.
A los diez minutos todo era como siempre: sombrilla, chicos en el agua, mate
con mi mujer mientras los vigilamos por la magnitud de las olas,
Comentábamos lo maravillosamente extraños y a la vez livianos y naturales
que nos sentíamos.
El día transcurrió como en cualquier playa: olas, tejo, búsqueda de
caracoles, cangrejos visitantes que nos miraban curiosos con sus antenas,
desnudos como nosotros, hasta que finalizó el día, se puso el sol y era hora
de volver.
En el camping una señora argentina me ofreció calentar un termo para la
vuelta, y conversamos animadamente de lo hermoso del lugar. Le conté que era
nuestra primera vez y me dijo que se dieron cuenta… por lo blanco de
nuestros traseros y por un halo de impenetrabilidad que había en derredor de
nuestra familia.
Volviendo, mis más entusiastas nudistas, mi hijo mayor y mi esposa,
estuvieron de acuerdo en que fue una maravillosa experiencia. Mi hijo más
chico, que normalmente es muy locuaz, no expresaba mucho. Mientras
guardábamos las cosas en la camioneta, se acercó a la barda que separa el
camping de la playa y volvió a paso lento. “Papá”-me preguntó casi
tímidamente, “¿podemos cancelar el departamento y pasar el resto de los días
en esta playa?”
La poca infraestructura con que contábamos allí, sumado a los costos del
camping que no son baratos, no nos permitía pasar todos los días que
queríamos.
Volvimos un de veces, y cada vez disfrutamos más de la experiencia. Ahora,
si vuelvo, incluso voy a extrañar de ver algunos acampantes con los que nos
hicimos amigos.
Volveremos. Se acerca otra vez el estío, y con él la playa vuelve a extender
su llamado. Me crie al lado del mar, en el Sur, y siempre me lo imaginé como
un ser vivo… Siento que me vuelve a llamar y espero no defraudarlo en su
espera. Nos quedó para conocer otras playas nudistas de la zona, y no
podemos dejar el asunto, así como así…
Volveremos. Sentiremos otra vez un poco de cosquillas, sentiremos otra vez
el agua y el sol en todo el cuerpo sin límites, sentiremos otra vez el canto
de los pájaros y nos visitarán otra vez los cangrejos, saludando tímidamente
con sus pinzas.
Sentiremos. Sentiremos otra vez la libertad.
Cristian H.- Argentina
cristian.naturista@gmail.com
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