La Mística de Nudelot

La Sanación Espiritual

Los nudistas debemos hacer un gran esfuerzo por apoyar y promover eventos, encuentros, sin más ánimo de lucro. Debemos ahuyentar con amor a los morbosos voyeristas que ojean sin virtud a quienes han aceptado la liberación absoluta con amor y sosiego en sus almas.

Es natural esa inquietud, ese despertar o descubrimiento, ese anhelo por franquear esas absurdas privaciones y más bien generar un activismo que supere las cimas inalcanzables a pesar de una profunda mística del que solo pueden disfrutar solo los “íntegros” o aquellos nudelotenses que aprendieron a dominar la luz, el calor del corazón de las llamas.

El gran aporte de los nudelotenses fue el enseñarnos a dominar nuestra voluntad mundana. Fueron las inmóviles murallas de los conventos, las que les permitieron disfrutar del goce en sus moradas. Descubrir ese jugoso estilo ingenuo y pintoresco, tierno, casi infantil, como definían los eventos en esta nueva opción de espiritualidad vigorosa.

Gracias al nudismo, El Greco, Murillo y Zurbarán lograron en la pintura, lo que Lope y Valdivieso, en la poesía. Es en los conventos nudelotenses o en “las aldeas de inspiración” en donde San Juan de la Cruz y Santa Teresa, lograron concebir sus inmortales obras.

Los artistas nudelotenses nos enseñaron a pintar con la luz de nuestros cuerpos, con la magia de nuestras pieles, con el encanto de las palabras que se transformaron de delicados versos, en soberbias metáforas.

Que aprendimos a compartir con una religiosidad mística, gracias a la razón y fe de todos.

Gracias a esta espiritualidad, el “Carnaval de las doncellas” y “La noche de las máscaras” en el equinoccio, sanaban al liberar de esas extrañas enfermedades mentales y degenerativas que ocasionaba la lujuria desenfrenaba.

Los nudelotenses eran seres puros y, por lo tanto, mental y físicamente sanos. Epicureo, el gran Sanador de Nudelot, era un alma ferviente, aguda, de profunda penetración, que conocía perfectamente el corazón de los hombres, nuestras debilidades humanas; el cómo sanar y liberar esas voluntades que llegaban atadas a los vicios.

Pronto los silicios, que sólo originaban ilógicos tormentos, sacrificios innecesarios, inhumanos, nada productivos o positivos para el crecimiento espiritual, mutaron en collares y hermosos tocados de flores, pintorescos cinturones que embellecían sus cuerpos.

Gracias al enamoramiento y este nuevo orden moral, nunca volvieron a concebir una imaginación morbosa o perversa. Realmente era sobrenatural el resplandor de las formas corpóreas. Fueron muchos los aportes de la rosa, símbolo de su expresión amorosa.

Con la soledad y a la meditación se generaron fenómenos místico-fisiológicos, que les permitió hablar con Dios, de una forma extraordinariamente bella.

En verdad era como convivir dentro de un paraíso, rodeados de ángeles. Los querubines dorados eran esos niños y jóvenes que aún no habían sido iniciados en el ritual del fuego y la vida, y donde gracias a un retiro, se les instruía y educaba…

 

Cedielus de Nudelot
Héctor Cediel Guzmán
hectorcediel@gmail.com

 

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